domingo, septiembre 10, 2017

¿CÓMO HABLA MI PUEBLO?




           Con bastante frecuencia aparecen publicaciones que ostentan el título de El habla… Vocabulario de… Diccionario de…y se incluye a continuación el nombre de una población, sea Cabra, Málaga, Jaén o Ciudad Rodrigo. Pueden ser libros, folletos editados por algún Ayuntamiento que quizá no tenga mejor cosa en que gastar el dinero público, artículos de prensa o, y esto cada vez más, breves listas que circulan por las inextricables sendas de las redes sociales. Lo peor del caso es que el recopilador de vocabularios juraría, incluso sobre la tumba de su madre, que las palabras por él aportadas son de uso exclusivo de su localidad.
            Por desgracia, quienes se dedican a esta tarea, loable si se hiciera aplicando criterios serios, suelen tener conocimientos escasos o nulos de lo que es la dialectología. Porque si bien se puede afirmar que cada pueblo, cada barrio y cada calle habla de una manera diferente, esa diferencia la constituye un entramado de rasgos no solo léxicos, sino también fonéticos o sintácticos e, incluso a veces, de naturaleza que sobrepasa el ámbito de la gramática para adentrarse en el de la etnografía.
            Quien se arriesga a elaborar un léxico de este tipo debería, es mi humilde consejo, estudiarse bien el Atlas lingüístico y etnográfico del andaluz, insuperable obra de Manuel Alvar, Antonio Llorente y Gregorio Salvador, o limitarse a seguir a autores que, con criterio más atinado, titulan sus obras Vocabulario andaluz (Antonio Alcalá Venceslada), Vocabulario popular andaluz (Francisco Álvarez Curiel), El polémico dialecto andaluz (José María de Mena) o Palabrario andaluz (David Hidalgo). Títulos estos que evitan la imprudencia de conceder la exclusividad de un uso a una localidad concreta.

            Por ejemplo, Alcalá Venceslada cuida mucho atribuir una palabra a una zona demasiado restringida, aunque a veces lo haga. Así, dice que aguanoso es el adjetivo que aplican en Marmolejo a quienes van a su balneario; de perol, ‘día de campo’, que es expresión cordobesa; o que rucha es ‘pídola’, el juego, en la provincia de Jaén. Pero poco más. Es igual que si decimos que en Málaga se utiliza madrevieja para designar a las alcantarillas. Pero sucede que, buscando en el CORDE, encuentro un único ejemplo, en un texto de Rómulo Gallegos, venezolano, con el significado de ‘cauce seco de un río’. Y en el Diccionario de Americanismos se recoge que la palabra se usa en Panamá con el mismo significado que usa Gallegos. ¿En qué sentido viajó primero esta palabra? La verdad es que no lo sé.
            Según lo anterior, podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿hay palabras que puedan considerarse, las palabras en sí o un significado específico, naturales de un lugar preciso? Debo responder que sí, que las hay, pero que son menos de lo que parece. Lo normal es que una palabra y se utilice en un dominio geográfico más vasto.
            Zalabardo y yo nos hartamos de reír leyendo una lista de palabras que se recogen bajo el titular No eres de Málaga si no usas estas palabras, o algo semejante, y que también se ha extendido bastante por las redes sociales. Nos reímos, primero, por el criterio seguido, que no puede ser menos científico. Simplemente se han limitado a incluir palabras que diferentes personas han ido remitiendo a través de twitter o facebook; aunque sin someterlas a ninguna clase de filtro ni análisis.

 
Las palabras subrayadas no son malagueñas
          
Y así nos encontramos que se dan como malagueñismos bulla, ‘prisa’, que es general en toda Andalucía; como son de toda Andalucía moraga, ‘acto de asar con leña, al aire libre, pescado u otros productos’ o canina, ‘esqueleto’. En cambio, castrojo, ‘cateto, persona vulgar’, es más de Granada; ardoria, ‘salmorejo’, se da en Osuna y zonas limítrofes, pues en Málaga lo que se dice es porra, término originario de Antequera. Pinrel, ‘pie’, y chavea, ‘niño’, son gitanismos. O churrete, cosqui, escoñar, desmayado, mixto, ‘fósforo’, mandanga, jiñarse, ‘acobardarse’, roña, tenis, ‘zapato deportivo’, etc., no son solo términos malagueños o andaluces, sino que los encontramos en toda España. Por no ser malagueña, aunque esto extrañe a muchos, no lo es espeto, ‘hierro o caña en que se atraviesa carne o pescado para asarlo’, si bien los espetos de sardinas son una especialidad gastronómica malagueña.
            ¿Hay o no, entonces, palabras malagueñas?, me pregunta Zalabardo. Y debo contestarle que sí, aunque siempre con las debidas reservas y sometiéndolas al pertinente análisis. Son malagueñas, por citar algunas, aliquindoi (‘estar al aliquindoi’, estar atento), cuyo origen cuenta muy bien Juan Cepas. Tal vez sea malagueña campero, el bocadillo de pan redondo y con una variedad grande de relleno; chorrarera, ‘tobogán’ o lugar por el que uno se desliza; guarrito, ‘taladro’, aunque este pudiera proceder de Algeciras; perita, ‘perfecto, que está muy bien’; casamata, ‘chalet pequeño de una y, a veces, dos plantas con pequeño jardín delantero’; y, por supuesto, la gran variedad de nombres para designar el café con leche, según la proporción de uno y otra: nube, sombra, mitad, semilargo
            En fin, ya vemos que, muchas veces, no es la palabra, sino el peculiar sentido que se le da en un lugar. Pero frente a todas las explicaciones que se den acerca de este tema hay que mostrar reservas. Incluso frente a esta que yo intento dar hoy.

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