sábado, noviembre 11, 2017

JOVEN CON EXPERIENCIA



Converso con el hombre que siempre va conmigo
(Antonio Machado)

Foto de Francis Silva (diario SUR)
            No es necesario que surja un instante importante en nuestras vidas para que Zalabardo y yo conversemos. A menudo hacemos examen de conciencia y analizamos lo que nos queda por delante, que cada día es menos. Repasamos, pues, ilusiones, achaques, errores, deseos, pequeños éxitos y medianas decepciones. Y siempre acabamos estando de acuerdo en que ni la vanidad, ni la ambición, ni la envidia ni el rencor, a más de otros vicios, conducen a ninguna parte.
            Me decía Zalabardo un día que jamás entenderá esa cláusula que, con más frecuencia de la deseada, incluyen las ofertas de trabajo: “Se precisa joven con experiencia”. Sostiene que es un contrasentido porque, si se es joven, lo natural es carecer de ella; y si se tiene, es muy posible que no se sea tan joven. Y continúa razonando que los mayores tenemos bastantes veces una visión desenfocada de la realidad. Saca a colación, en esos momentos, las palabras de Machado en Juan de Mairena: En general, los viejos sabemos, por viejos, muchas cosas que vosotros, por jóvenes, ignoráis. Y algunas de ellas —todo hay que decirlo— os convendría no aprenderlas nunca.
            Nuestra última conversación la motiva una experiencia cercana. Sabe Zalabardo que, por mi edad, estoy curado de espanto respecto a muchas cosas y no alimento ambiciones que me van quedando lejos. Ambicionar más de lo que está a mi alcance podría significar un gran batacazo. Decía Quevedo: A los ambiciosos que suben a alguna dignidad se les puede preguntar si suben a estar, o suben a subir, o suben a caer. Y escribió Fray Luis de León: A mí una pobrecilla /mesa, de amable paz bien abastada / me baste

 
Francisco Ruiz Noguera
          
Mantuvimos esta conversación a raíz de la presentación el jueves pasado de mi segunda novela, Como médanos. Uno de los presentadores, el profesor Ruiz Noguera, me sacó literalmente los colores con el exhaustivo análisis que hizo de la obra y los encendidos elogios que le dedicó. Dijo tanto que me cuesta trabajo acordarme. Y que me niego a repetir aquí para que no se me crea vanidoso. ¡Dios mío, cuántos nombres de inmortales mencionó y cuántos argumentos para valorar una novela de quien casi acaba de aterrizar en este mundo! Diré solo, porque me calaron sus palabras, su juicio de que, con solo dos novelas publicadas, se podía reconocer en mí un estilo propio y sólido. Lo que no es poco.
            La otra persona participó en la presentación, Antonio Ortín, periodista y escritor, se sumó a los elogios y añadió alguno, como que mi novela ayuda a dar a conocer lo que es el alzhéimer en una sociedad que tiende a estigmatizar a quienes padecen esta enfermedad.

 
Antonio Ortín
          
¿Debería estar contento por cuantas cosas se dijeron de mi novela? ¡Pues claro que estoy contento! Y, más que contento, abrumado. Me encuentro con que no sé cómo corresponder a los elogios. Y me viene a la cabeza el episodio de la segunda parte del Quijote en que unos pastores agasajan al caballero, que, también abrumado, les dice: quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras si pudiera. Pero no está en mi mano corresponder de la forma debida el trato recibido por parte de Ruiz Noguera y Ortín; por eso lo publico y declaro aquí, en espera de mejor ocasión.
            He aludido antes a mis años y a la circunstancia de que no me ciega la ambición. Creo saber, y procuro no olvidarlo, dónde estoy. Sé que poca gloria voy a alcanzar en este mundo de la literatura que requiere tiempo, dedicación y sacrificios. Como creo saber cuál será el círculo en que se mueva mi novela. Pero con esto no quiero decir que me considere ya fuera de onda. Recuerdo cómo comenzaba Epicuro su Carta a Menelao: Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado ya el momento, o que ya lo dejó atrás. Nunca será demasiado tarde ni demasiado pronto. 

            Le aclaro a Zalabardo que por ese motivo he comenzado este apunte de la manera en que lo he hecho. Porque, si bien es verdad que no me quejo del limitado horizonte que se extiende ante mi novela, me rebelo ante la situación lamentable que han de sufrir muchos jóvenes que luchan por abrirse camino en este difícil mundo. Jóvenes entre los que, sin duda, hay bastantes con méritos sobrados para que alguien les eche una mano y publique sus creaciones. Pero las editoriales, muchas de ellas, son remisas a apostar por ellos, ya que no atienden al talento. Miran más la edición como negocio. Quieren autores consagrados que suponen un beneficio seguro. Y, de los nuevos, prefieren apostar por quienes han alcanzado un alto índice mediático, sin importar que sus escritos sean de calidad más que dudosa. Han montado ese negocio del superventas, el libro que arrasa, que se compra porque con artificios publicitarios se ha conseguido que sintamos la necesidad de comprarlo, pese a que, en no pocas ocasiones, no lo leeremos nunca y pese a que, en el plazo de unos meses, será un fenómeno olvidado que hay que sustituir por otro.

            En este panorama, se rechaza a jóvenes que trabajan con ahínco y con ilusión, no pocos con maestría, y se los condena a ese mundo casi marginal de la autoedición, con tiradas mínimas y con demasiados obstáculos para que su voz y su obra llegue a un público amplio, porque no cuentan con ningún departamento comercial que los respalde. Las grandes editoriales, muchas de ellas, al menos eso creemos Zalabardo y yo, viven para el éxito prefabricado, el libro por encargo cuya venta está garantizada incluso antes de haber visto la luz.
            A los jóvenes se les seguirá pidiendo que acumulen experiencia. Pero, si no les facilita el camino, si no se les otorgan oportunidades, ¿cómo lograrán esa experiencia?

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