sábado, noviembre 18, 2017

SOBRE TESTIFICAR, TESTÍCULOS, UEBOS Y ROMANOS




Fue al siervo de Dios est’ enfermo levado,
cambïolo Tüencio de sos uebos guisado,
Millán cuando lo vïo reciviolo de grado,
ovo d’él grant cordojo, ca era muy lazdrado.
(Gonzalo de Berceo)
[Llevaron el enfermo al siervo de Dios / provisto de todo lo necesario por Tuencio; / lo recibió san Millán de buen grado, / y se compadeció de sus penas]


Imagen de una falsa historia sobre la ruptura de una parejaa
            Cualquier herramienta es buena si le damos el empleo para el que fue creada. Esta afirmación vale, por supuesto, para Internet. Quienes hemos llegado ya a una edad como la mía, miramos hacia atrás y comprobamos los medios rudimentarios con los que debíamos afrontar nuestra formación y la sed de conocimientos. Una regla, un tiralíneas, compás, cartabón y, quienes tenían más suerte, alguna enciclopedia. En mis años escolares, yo no llegué a conocer la calculadora, e Internet no será ni siquiera un sueño para el más aficionado a la ciencia ficción. Le digo a Zalabardo que todos los instrumentos que ponen a nuestro alcance son buenos si, a la vez que se nos proporcionan, se nos enseña el adecuado manejo de los mismos, porque las nuevas tecnologías, tal como se dice de las armas, las carga el diablo.
            Internet, ¿hace falta decirlo?, es una maravillosa fuente de información; pero, a veces, tiene uno la sensación de que esa información llega a ser demasiada y, en no pocas ocasiones, falta de calidad cuando no hasta peligrosa. Es muy fácil subir contenidos, pocos o nulos los filtros que determinen cuáles son merecedores de estar en la Red y demasiados los desaprensivos e irresponsables que se dedican a subir incontables bulos, noticias sesgadas, falsas atribuciones, mentiras flagrantes y teorías faltas de rigor. Todo ello, qué duda cabe, confunde y engaña a quienes con buena fe se acercan a ella.
            Hace unos días, le cuento a Zalabardo, me llegó una de esas historias que dejan perplejo a quien las recibe. Como muchas otras, era un tema intrascendente, de esos que, aparentemente, no hacen mal a nadie; solo que, se empieza por ahí y se concluye en las actuales posverdades que hoy nos invaden. No tienen otra base de credibilidad que el argumento “pues lo he visto en Internet”. Y de ahí se deriva el daño. Que un buen instrumento, manejado por manos desaprensivas, se convierte medio de desinformación, cuando no en arma peligrosa.

Los romanos no juraban así
            El caso que cuento era la curiosa tesis que mantiene que la palabra testificar proviene de que los antiguos romanos, cuando querían jurar sobre algo importante, en lugar de hacerlo sobre la Biblia, se cogían con la mano derecha los testículos. La historia me sorprendió. Estaba casi seguro de que tal cosa no es cierta, pero dije a mi interlocutora que investigaría. En efecto, he podido confirmar que esta burda patraña circula, con más o menos variantes, en muchas páginas de Internet. Tantas, que apenas si tienen fuerza para desmentirla las que, en menor número, tratan de explicar de manera razonable la etimología del término.
            Zalabardo y yo nos hemos ido a fuentes más que fiables: el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, de E. A. Roberts y B. Pastor; el Diccionario Etimológico de la lengua castellana, de J. Corominas; Historias de palabras, de L. J. Calvet y mi ya bastante manoseado Diccionario latino-español / español-latino, de V. García de Diego, que me acompañó durante el bachillerato. Como hacer una detallada exposición de los resultados sería algo largo, procuro resumir al máximo.
            En indoeuropeo existía una raíz trei-, ‘tres’ de la que derivan tres, trece, treceno, tercio, treinta, trébedes, terceto, triángulo, triple, trébol etc. Pero también otras que nos pueden extrañar, como tribu, originariamente ‘tercera parte de un pueblo’ y, finalmente, ‘pueblo’. De ella salen tribunal, tributo, contribuir, tribuna, distribuir, etc. Además, había una forma indoeuropea compuesta, tri-st-i, que significaba ‘tercera persona presente en algo’, de donde surgió la forma latina testis, ‘el que declara en un juicio’. ¿Por qué testis?; porque se requería la declaración de tres personas para decidir sobre un pleito. Esta intervención se conocía en latín como testis facere, que es el verdadero origen de testificar. En nuestra lengua, hubo una antigua forma testiguar, sobre la que se formó el posterior testigo.

            A la misma raíz hay que remontarse para explicar  testar y testamento, llamado así porque era necesario hacerlo ante un tercero (es decir, un testigo). También tienen ese origen testimonio, ‘declaración que se hace’, contestar, ‘comparecer en un juicio’, base del actual ‘responder’; detestar, ‘apartar a alguien, poniendo a los dioses por testigos’, que ha acabado en ‘aborrecer’; o protestar, ‘confesar públicamente una fe’, aunque hoy lo hayamos dejado en ‘quejarse’. No otro sentido tiene protestante, ‘que  confiesa públicamente una fe’ como denominación de una rama del cristianismo, ni otra cosa quiere decir ser testigo de Jehová.
            ¿Y los testículos? No es más que un caso de homonimia. La misma palabra, testis, que designaba a quien declaraba en un juicio, se utilizó para llamar a las glándulas que permitían reconocer a los varones, es decir, los testigos de su virilidad. Aunque, para diferenciar ambos casos, en este último se recurrió a una forma diminutiva, testiculus, origen de nuestro testículo.

            ¿Y qué pasa con los romanos?, me pregunta Zalabardo. Entonces le aclaro que, también en Internet, podemos leer un bien argumentado artículo de Bárbara Durán que nunca entre los romanos existió esa forma de juramento consistente en llevarse la mano a los testículos. Y añade que las formas de jurar o declarar en juicios variaron mucho de unas épocas a otras: que los hombres solían jurar por Hércules y las mujeres, por Cástor y Pólux; aunque los soldados podían jurar por su espada y muchas mujeres juraban por sus cabelleras.
            Zalabardo insiste: ¿Y qué son esos uebos de los que hablas? Le contesto que, simplemente, me he acordado de cómo cambia el lenguaje y que el tema me daba ocasión de poner este ejemplo. Nadie desconoce hoy las locuciones manda huevos, por mis huevos y otras semejantes, plenamente admitidas. Lo que quizá muchos desconozcan es su remoto origen. Porque ha de saberse que huevos viene de ovum, mientras que uebos viene de opus, ‘necesidad’. El DRAE sigue recogiendo uebos, ‘cosa necesaria’. Antiguamente, sobre todo en lenguaje forense, podía solicitarse algo por uebos, es decir, ‘porque se considera necesario’. En cambio, hoy se ha impuesto por huevos, donde la necesidad se ha sustituido por la ‘exigencia o imposición de quien habla’.
             

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