domingo, marzo 04, 2018

EL HUEVO Y EL FUERO



Esta opinión es honrada.
Procure siempre acertalla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella, y no emendalla.
            (Guillén de Castro)

 
Escena de Fahrenheit 451
          
No vivimos tiempos propicios para las actitudes tolerantes y desprejuiciadas, sino todo lo contrario. En lugar de mentes abiertas, dispuestas a dialogar, lo que encontramos, por desgracia cada vez en mayor abundancia, son mentes deliberadamente obtusas que se oponen a debatir, sin cortapisas, cualquier opinión que difiera de la propia. Zalabardo, mientras escribo esto ha buscado en el DLE la definición de prejuicio: Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. A continuación, ha buscado la de tolerancia y, de las varias que aparecen, me enseña esta: 2. Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

            Hablamos de esta cuestión con motivo de la tendencia revisionista que se contempla en todos los ámbitos de la sociedad presente —cine, política, literatura, televisión, lenguaje…—. Chocamos una y otra vez con la peligrosa plaga de la corrección política, que no es sino el mayor ataque que se puede perpetrar contra la libertad de opinión, expresión y creación. Es la Inquisición de nuestro siglo, dispuesta a quemar todo lo que no les gusta. En suma, nos hemos convertido en una sociedad de censores. No obramos empleando juicios, sino blandiendo prejuicios. Lo que no nos gusta no solo no lo respetamos, sino que exigimos su supresión.
            Lo peor de este revisionismo es que pretende tratar las creaciones o ideas de cualquier tiempo sometiéndolas al análisis de los cánones de la ideología (o del prejuicio, las más de las veces) actual imperante, sin reparar en que toda época ha tenido unas características definitorias, buenas o malas, que van cambiando con el paso de los años. Por suerte, ese cambio suele ser casi siempre a mejor, pero esto no lo miran los intolerantes.

Inicio de Caperucita políticamente correcta de James Finn Garner
            Los prejuicios creados por la corrección política han alcanzado, cómo no, también a los libros, que han sido mirados con recelo por los censores de todas las épocas. Se los considera peligrosos porque enseñan a la gente a pensar. Y hasta ahí se podía llegar. No solo es ese movimiento que trata de modificar los cuentos infantiles tradicionales, falsificando tramas y finales. Por cierto, le digo a Zalabardo que me gustaría poseer el sentido del humor que llevó a James Finn Garner a escribir, con una gran dosis de ironía contra los intolerantes sus Cuentos infantiles políticamente correctos. Lo último que conozco en este movimiento censor es la campaña contra la novela Lolita, de Nabokov. Recientemente, Laura Freixas publicó un artículo en que la acusaba de ser una incitación a la pedofilia: Al mismo ha contestado Sergio del Molino, argumentando que lo que hacen falta son lectores sin prejuicios que entiendan el auténtico sentido de esta y de cualquier otra la novela y que habria que acabar con la decodificación ideológica que impone lecturas políticamente correctas. No me caben dudas de que la posición de Freixas será más seguida que la de Molino. Las cosas están así. 

Seguidores del ISIS queman libros
            Si alguien cree que este es un asunto de hoy se equivoca. Pensemos que a don Quijote le quemaron sus libros con la excusa de que eran el motivo de su locura; o que en 1953, Ray Bradbury escribió Fahrenheit 451, historia de una sociedad en la que la misión del cuerpo de bomberos era quemar libros. Si en lugar de la ficción miramos la historia, vemos que en el año 292, Diocleciano mandó quemar todos los libros de alquimia de la Biblioteca de Alejandría; que en el siglo xv, Girolamo Savonarola, dominico, organizó las que se llamaron hogueras de las vanidades, donde se quemaban, entre otras cosas, los libros considerdos licenciosos, por ejemplo, los de Boccaccio; que en 1562, otro religioso, Diego de Landa ordenó quemar los Códices Mayas, por ser contrarios al cristianismo; que en 1933, los nazis quemaron las obras de Brecht, Einstein, Kafka, Hemingway, Jack London, John Dos Passos y no sé cuántos autores más; que la Iglesia Católica ha mantenido durante siglos el Índice de libros prohibidos; que en mi juventud, era casi imposible encontrar libros de Machado, Lorca; que en 2015, el terrorismo yihadista de ISIS hizo destruir más de 8000 libros.


            Me pregunta Zalabardo qué tiene que ver con todo eso el título de este apunte. Le contesto que nada y, a lo mejor, bastante; mi idea inicial era explicar el origen de algunas expresiones españolas que revelan nuestra, para mí, proverbial tendencia a la terquedad, cuando no a la intolerancia: No es por el huevo, sino por el fuero, No bajarse del burro, No dar el brazo a torcer, Mantenerse en sus trece  Frases que remiten, todas, a ‘mantener con obstinación y tozudez el propio dictamen o propósito’ incluso a sabiendas de que estamos equivocados, como bien se ve en el texto de Guillén de Castro. Pero la cosa ha salido así y así quedará. La primera de estas frases, la que enfrenta al huevo con el fuero, tiene incluso una historia bonita que me hubiese gustado contar. Pero se me haría largo el apunte; algún día volveré sobre ella.

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