sábado, marzo 10, 2018

LA RAE NO DICE ESO



            El Diccionario no juzga la Historia, solo la refleja. El mero hecho de que no nos gusten algunas definiciones no nos autoriza a desterrarlas, como un periodista no podrá omitir la existencia de Augusto Pinochet aunque le desagraden sus vómitos logorreicos (Álex Grijelmo, 1998)

            El pasado día 8 de marzo, Día de la Mujer, comentando una de las preguntas, y su correspondiente respuesta, el presentador de un concurso televisivo decía, e insistía, de forma muy engolada, que aquello no lo decía él, sino que lo decía la RAE. En la vehemencia de su argumentación afirmaba: “Que no soy yo, quede claro, que es la propia RAE quien lo dice.” No recuerdo ahora, porque no estaba atendiendo a lo que se emitía, de qué palabra hablaba. Podía estar hablando, imagino teniendo en cuenta la marcada tendencia actual a considerar machista el Diccionario oficial, de zorra, sexo débil, la sexta acepción de femenino, la tercera de masculino, coñazo, cojonudo o cualquier otra por el estilo.

           Este buen hombre, y pido a Zalabardo que observe la ironía de mi expresión, estaba manifestando su absoluto desconocimiento de lo que es la RAE y de cómo funciona el DLE. Explico lo de la ironía: podría haber escrito que es ignorante, zote, inculto, alcornoque, tarugo, cenutrio, cebollino…, palabras todas de claro matiz peyorativo. Y si me moviera el deseo o intención de lastimar u ofender a esa persona, cualquiera de ellas serviría como insulto. Pero me limito a llamarlo buen hombre. Si miramos el Diccionario citado, observamos que con bueno señalamos lo ‘que tiene bondad, o es útil y a propósito, gustoso, apetecible…’; es decir, todo son connotaciones positivas. Igual pasa con hombre, que se define como ‘ser animado racional, varón o mujer’. Y sin embargo, cuando yo he dicho buen hombre lo que deseo es destacar la falta de cultura de ese presentador al hablar así. Vemos, pues, que soy yo quien altera el sentido de las palabras, y no la RAE ni el Diccionario, al despojarlas de su ropaje original y las visto de modo distinto. En ello, creo que cualquiera me entenderá, no hago sino seguir la senda de un uso social que ha establecido la diferencia que hay entre ser un hombre bueno  o un buen hombre. Eso hace que resulte difícil determinar qué sea un insulto, puesto que, cuando del idioma se habla, todo depende en alta medida de los convencionalismos sociales y culturales. 
     
            Zalabardo me solicita que procure ser más claro. Lo intento. ¿Que en el DLE encontramos un buen surtido de definiciones de fuerte tono sexista o abiertamente machista? Pues claro que sí; no seré yo quien lo niegue. ¿Que deberían desaparecer y amoldarse las palabras o sus significados a los necesarios niveles de tolerancia y respeto hacia determinados colectivos? También y, no sé si al ritmo adecuado, creo que el Diccionario se va poniendo al día. Pero entiéndase que los colectivos que pudieran sentirse molestos, ofendidos o insultados, por el tono de ciertas definiciones, son más numerosos y variados de lo que algunos piensan.
            Dicho esto, no debe olvidarse, sin embargo, que se equivocan, y muy gravemente, quienes gritan su condena por lo que la RAE dice en su Diccionario. Porque, le señalo a Zalabardo, la verdad es que la RAE no dice nada ni impone nada. La RAE tiene unas funciones específicas y su Diccionario es solo un reflejo del habla social, no hace más que recoger los usos idiomáticos de un momento que, en gran parte, vienen justificados por los convencionalismos sociales y culturales citados antes. La RAE no sostiene en ningún momento, son dos ejemplos, que zorra sea la ‘mujer liberal, deshonesta’, etc., etc., o que una judiada sea una ‘mala pasada o acción que perjudica a alguien’. Eso lo dice, o lo decía, me gustaría creer que ya no, la gente. El Diccionario se limita a recoger ese uso, a dar cuenta de en qué piensa la gente cuando habla de sexo débil, de coñazo y cosas así.

            Si entendemos lo anterior, deberíamos entender que ha de ser la sociedad la que cambie. Que ni la lengua ni el Diccionario son machistas o antijudíos; son simplemente, fedatarios de lo que se habla en la calle. ¿Qué una palabra deja de emplearse o su sentido pasa a ser otro o su forma se altera? La RAE hace la modificación pertinente. A veces, no lo olvidemos, incluso cuando se rompe la más elemental norma sobre la que un término pueda sustentarse. No es ya que la RAE no diga nada; es que no puede siquiera hacerlo cuando surgen voces que se lo piden. La lengua es del pueblo y es el pueblo quien debe cambiar. La RAE comenta, aconseja o desaconseja. Lo que de ninguna manera puede hacer es imponer. Es tan democrática la lengua, que no lo permitiría. Sus cambios, así han sido siempre a lo largo de la historia, se producen desde abajo, nunca desde arriba. Agustín García Calvo, hablando de la transformación histórica del latín hasta lo que hablamos hoy, decía que el latín nos enseña que el poder no es capaz de hacer nada en los resortes profundos de la lengua, que pertenece al pueblo. Y si un día aparece un término nuevo, aunque sea una barbaridad, véase el caso de portavoza, nada ni nadie podrá imponerlo ni prohibirlo; ni la RAE ni los políticos que, haciendo demagogia, pretenden, vanamente, obtener con ello notoriedad o el favor de los votantes. Será el pueblo quien dicte su veredicto. Si el término se generaliza en su uso, entrará con naturalidad en el DLE. En caso contrario, desaparecerá por las cloacas y, como mucho, servirá de ejemplo de la divertida ocurrencia de alguien que no sabía muy bien cómo funciona el lenguaje. Que en este proceso la lengua gane o pierda es harina de otro costal.

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